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Comercialización

De la finca a la verdulería: ¿cómo se construye el precio de la banana?

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|Argentina|

Semanas atrás dimos a conocer el reclamo de los productores bananeros de Laguna Naineck, en el departamento de Pilcomayo (Formosa), quienes solicitaron al intendente de la localidad establecer un Precio Mínimo de Referencia Obligatoria por su fruta anclado al valor de comercialización. Pedían cobrar ni más ni menos que el 50% de su precio en los mercados concentradores del país. La propuesta no prosperó y aunque plantearon un cese de comercialización de cinco días, las respuestas oficiales fueron siempre las mismas: no es posible intervenir en el mercado.

Posteriormente, en un artículo publicado el pasado 2 de junio, La Nación tituló que los productores bananeros de Naineck debían vender "50 kilos de fruta para comprar uno de carne”, exponiendo a continuación un accionar abusivo de los intermediarios. Con ánimo de profundizar en este debate, desde Revista InterNos nos comunicamos con dirigentes, operadores y productores bananeros para reconstruir el funcionamiento de la cadena.

¿Cuánto está recibiendo un productor de banana por su mercadería? ¿Cómo se construye su precio final en la verdulería? ¿Es rentable el negocio para todos los actores?

Comencemos entonces con la mencionada zona productiva del Laguna Naineck, localidad fronteriza con Paraguay. Los productores afirman estar recibiendo entre 100 y 180 pesos por cada cajón de 20 kilos, lo que da un valor promedio de 7 pesos por kilo de fruta en la finca. Vale aclarar que estos precios oscilan por diversos factores al momento de la operación, como la calidad y cantidad de mercadería trabajada o la demanda del mercado.

La banana se cosecha verde y luego viaja hacia cámaras de maduración para finalizar su proceso

Aunque no es regla general, por estos días muchos productores informaron que están recibiendo solamente 5 pesos por kilo de fruta, muy por debajo de sus costos de producción. No obstante, resulta difícil conocer con exactitud cuáles son dichos costos, ya que en términos generales existe poco control sobre el inventario de insumos o registros contables de las operaciones, según caracterizaron investigadores del INTA en este informe y pudo confirmar este medio en conversaciones con los bananeros.

Por su parte en Salta, en las localidades de Orán y San Martín, los productores están recibiendo precios más altos debido a un mayor grado de tecnificación y, por ende, mejor calidad de fruta: el cajón de banana se paga entre 200 y 350 pesos; en promedio, unos 14 pesos por kilo. De cualquier manera, sea banana salteña o formoseña, la demanda se encuentra deprimida. Actualmente el producto nacional vale poco y nada (al igual que la naranja o la papa) debido al impacto de la cuarentena sobre la actividad económica, que retrajo el consumo considerablemente.

Más allá de esta coyuntura particular, con justa razón los bananeros reclaman, año tras año, mecanismos que les permitan lograr mejores precios por su fruta. Con estos números a la vista, se hace cada vez más evidente la necesidad del Estado como regulador en este eslabón de la cadena para que, como mínimo, el productor pueda recuperar lo invertido y obtener un margen de ganancia por su actividad.

Un ejemplo para traer a colación es el de la Mesa de Contractualización Frutícola que se realiza antes de cada nueva temporada de cosecha en el Valle de Río Negro y Neuquén. Allí, productores, técnicos del INTA, funcionarios provinciales y empresas empacadoras deben acordar un valor mínimo para la fruta, de tal manera que el chacarero garantice el retorno de su inversión y pueda a su vez tener rentabilidad para tecnificarse o renovar plantaciones. Este precio mínimo se determina gracias a un concienzudo registro de los costos de producción durante toda la campaña (fertilización, riego, tareas de poda, cura y cosecha) con sus valores actualizados por inflación. Es una herramienta concreta -aunque no siempre del todo efectiva- para que los chacareros defiendan el valor de su fruta frente a los eslabones más poderosos de la cadena.

Claro que, para que acciones de este tipo se concreten con los pequeños y medianos productores bananeros, es necesaria una mayor formalización de la actividad que represente un ordenamiento y registro de la inversión. De esta manera el sector podría dar cuenta de la distancia existente, no entre los precios de góndola y los precios en la finca, sino entre lo que cuesta producir y lo que efectivamente percibe un productor por su trabajo.

Esta última distinción es importante. Muchos medios de comunicación insisten en la diferencia que existe entre el precio de la fruta en zona de producción y lo que paga un consumidor en la verdulería. Esos valores, si bien pueden servir como referencias, no representan el funcionamiento real de la cadena frutihortícola, que es complejo e incorpora a diversos actores que intermedian para que la mercadería llegue en grandes volúmenes a diversos puntos del país, en condiciones de sanidad e inocuidad.

Entender cómo se construye ese precio ayuda a dilucidar quienes son esos intermediarios, en qué consiste su trabajo y cuán justificado o no está el recargo que realizan sobre la mercadería antes de llegar a manos del consumidor final.

Reconstruyamos entonces el recorrido de la fruta.

Cuando está lista para ser cosechada, el productor acuerda un precio con un operador de carga (primer intermediario de la cadena) quien traslada hacia la finca los envases, accesorios y una cuadrilla de trabajadores para realizar la carga del producto. Algunos productores cuentan con sus propios empaques y tienen la posibilidad de negociar la fruta, ya lista para su venta, a un mejor precio (un modelo similar al de las empresas integradas de peras y manzanas del Valle). Sin embargo, por lo general en esta actividad se produce una doble intermediación entre el productor, el operador de carga y el puestero del mercado mayorista, como veremos más adelante.

Teniendo en cuenta las diferencias en las zonas de producción y las distintas calidades logradas según los niveles de inversión y tecnificación de cada finca, vamos a tomar un precio promedio de 200 pesos por cajón de 20 kilos pagado al productor en origen. De aquí en adelante, el bananero ya no tiene más inferencia sobre su fruta.

Al valor inicial de la fruta deben sumarse los costos de los insumos para su embalado por caja. Estos comprenden el valor del cajón (45 pesos por unidad), el cartón o ‘cerco’ cobertor (23 pesos), el plástico protector (8 pesos) y el cartón corrugado que funciona como tapa y como base de la mercadería, para evitar el contacto de la fruta entre cajones (15 pesos). A esta cuenta se agrega por supuesto el trabajo de embalado de la cuadrilla (20 pesos). Es decir que el costo de los insumos más la clasificación, envasado y carga de la mercadería, añade -sin que el producto haya salido de la finca- un costo de 111 pesos por caja.

La fruta llega desde las zonas de producción hacia los grandes centros mayoristas para su maduración en cámaras.Luego se agrega el transporte. Tomando como referencia al Mercado Central de Buenos Aires, los costos de traslado informados a este medio oscilan entre 90 y 95 pesos por cajón (claro está que las distancias a recorrer tienen gran injerencia). Si sumamos 92 pesos de costo en el traslado de la fruta, tenemos una mercadería que llega al Central con un precio estimado de 403 pesos la caja de 20 kilos.

Una vez en el Central, la fruta es recibida por empresas distribuidoras mayoristas que se encargan de la maduración del fruto (la banana se cosecha verde o “cruda” de la planta) en cámaras específicamente construidas para ese fin. Ese proceso tiene un costo de 70 pesos por caja. Desde allí, la fruta debe ser repartida a los distintos mercados de la provincia de Buenos Aires que se abastecen del Mercado Central; ese costo de transporte representa aproximadamente unos 20 pesos por caja (según el destino). Finalmente debe sumarse la comisión que obtiene el mayorista, que es de 100 pesos por caja, es decir, cinco pesos por kilo.

Túneles de maduración de última tecnología en el Mercado Central de Buenos Aires

Sobre este punto vale mencionar que muchos otros operadores del país (de Córdoba, Santa Fe o Salta, por ejemplo) compran la fruta cruda y la maduran en sus puestos; en esos casos, no aplica el costo de flete de mercado a mercado mencionado arriba.

Hasta aquí, el precio promedio de la banana nacional alcanza el valor de 593 pesos por caja a precio mayorista. Según la demanda del mercado y el recargo que desee aplicarle el operador de cada mercado en base a sus propios costos y expectativas de ganancias, la fruta puede valer entre 600 y 800 pesos la caja. Aquí, más que nunca, entra en juego la oferta y la demanda para determinar el precio del producto.

Leer también: Precios mayoristas frutihortícolas en los Mercados de Argentina

Llegados a este punto, hay que sumar el recargo que realiza sobre la fruta el verdulero. El mismo se puede dividir en tres partes: el pago a la cooperativa de trabajo por la carga que realiza el changarín en el puesto (alrededor de 3 pesos por caja); el flete desde el Central o los mercados del conurbano hacia las verdulerías (15 pesos por caja) y finalmente su propia comisión, donde el número oscila entre 150 y 200 pesos por caja. Si aplicamos un recargo promedio (175 pesos) y lo sumamos al costo del changarín y el traslado, tenemos un precio por caja final de 786 pesos.

Hasta el momento no se mencionó un elemento clave en la conformación del precio de la fruta: los impuestos. Resulta dificultoso calcular un porcentaje de impuestos a cada uno de los eslabones de la cadena ya que en muchos casos, debido a la informalidad del sector, se producen subfacturaciones u operaciones no registradas que evaden el pago de tributos como el IVA, Ingresos Brutos, Ganancias o aportes salariales. Lo cierto es que a diferencia del sector productivo o de la venta minorista, las empresas responsables de la maduración y distribución de la fruta -ubicadas hacia la mitad de la cadena- son las más controladas por el fisco y en consecuencia donde se concentra la mayor carga impositiva.

Si asumiéramos que todos los actores de la cadena facturan y/o registran todo los movimientos, y por ende, realizan el pago de los impuestos correspondientes, el total aplicado sobre el valor de la fruta oscilaría entre un 40% o 50%. Es decir que a esos 786 pesos debemos sumarle unos 314 pesos, lo que da un total de 1100 pesos por caja de 20 kilogramos de banana, a un precio de venta minorista de 55 pesos el kilo. Sin embargo, estos valores pueden verse modificados por la ya citada evasión impositiva y no sería nada raro encontrar fruta a un precio mucho menor en algunas verdulerías.

Como se mencionó arriba, entender el funcionamiento de la cadena permite dar cuenta que todos los actores que participan en ella, agregan valor y conforman el precio final del producto. Para realizar este análisis tratamos de adoptar valores y calidades promedio, sin considerar una multiplicidad de factores que comúnmente pueden afectar al precio de la fruta como las condiciones climáticas, las variaciones del tipo de cambio o el aumento del valor de los insumos, entre otras cosas. Ni hablar de la calidad y condiciones de la fruta en sí misma.

El trabajo de los changarines en los mercados para la descarga y carga de banana

De este desglose comercial puede deducirse que los pequeños y medianos productores, ante la falta de estructura para resguardar la fruta y sus urgencias por vender, terminan haciendo malos negocios que, poco a poco, les cierran las posibilidades de reinvertir y por lo tanto de continuar produciendo. Hoy, como en muchas otras actividades, debido a sus costos fijos la fruta sigue siendo la variable de ajuste de la cadena. Los bananeros, quienes realizan la inversión inicial y arriesgan gran parte de su capital, no pueden asegurar un precio mínimo por su mercadería.

No es la intención de este artículo razonar para la tribuna. También hay grandes empresas que ante la situación económica actual están incluso trabajando a pérdida para responder a sus compromisos con los productores locales. Por otro lado, el alto grado de precarización de la agricultura familiar y la falta de inversión tecnológica ponen a la banana nacional en una posición de desventaja frente a la mercadería extranjera. En los últimos 20 años las bananas de Ecuador o Bolivia coparon el mercado ante la gran demanda del consumidor argentino que adaptó su paladar a una fruta premium, en contraposición a un producto local que en no pocas oportunidades presenta problemas de calibres y calidades.

Días atrás nos preguntábamos cómo repensar la lógica de la oferta y la demanda en la actividad frutihortícola o por lo menos cuestionar, aunque sea mínimamente, un modelo de producción y comercialización que no puede garantizar la sostenibilidad de todos los actores de la cadena. ¿Es importante la producción local de banana? ¿Interesa su aporte al desarrollo regional? Si la respuesta a ambas preguntas es sí, ¿no sería apropiado asegurar la continuidad de esos productores a través de su tecnificación y formalización para el abastecimiento de una fruta de calidad?

Imágenes del bananazo realizado en Plaza de Mayo durante 2017.

No será el mercado quien intervenga para barajar y dar de nuevo, está claro. Por eso desde InterNos consideramos que las políticas para con los pequeños y medianos productores deben constituirse como una actividad económica con potencial comercial y no desde el asistencialismo y la economía de subsistencia.

Para eso es necesario un Estado que intervenga en favor de la rentabilidad de los bananeros, pero a condición de que se impulse la inversión necesaria para crecer en capacidad productiva, tomar mano de obra y promover el arraigo local. Un Estado que regule el ingreso de fruta extranjera, sin descuidar la demanda de los consumidores y a sabiendas de que la producción nacional tenga la capacidad para conformar a un paladar exigente. “Un Estado presente, lucido y capacitado”, decíamos semanas atrás. Sigue siendo el horizonte.

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