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Edición 35

Desensillar hasta que aclare

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Argentina, a menudo, parece tener varios estadios o realidades. Sin embargo, todos vivimos en el mismo país. Parece que el “mundo interior” de la actividad frutihortícola se encuentra en medio del set de filmación de una película retro, y que el resto del país se desenvuelve a la velocidad de los cambios digitales.

En este escenario, lamentablemente, el sector de las frutas y verduras no alcanza a remontar la deprimida situación que la atraviesa desde hace varios años, con un agravante: las estructuras de las empresas que gestionan los puestos y playa libre en los mercados se ven más expuestas al incremento de sus costos en rubros neurálgicos como personal (incremento de sueldos y contribuciones patronales), servicios (especialmente energía eléctrica) y transporte (combustibles, insumos, peajes, etc.) que el resto del empresariado nacional, que puede trasladar a precios parte de esos costos.

Así las cosas, se ha vuelto cada vez más difícil llevar alimentos frescos de calidad a la mesa de los consumidores. En los mercados y en la producción de frutas y verduras, en general, se termina cediendo rentabilidad frente a una oferta que excede con holgura la demanda. Y hay que vender porque se pudre.

En casi todos los mercados mayoristas existe unanimidad en que se vende menos cada año, se desperdician productos por remanentes no absorbidos por la demanda y se ha vuelto indispensable contar con cámaras frigoríficas para poder mantener los productos y tratar de estirar la vida útil de los mismos, con lo cual los costos estructurales crecen y la rentabilidad disminuye.

El puestero del mercado hace equilibrio entre dos bandas: cuando la economía va “a la baja”, trata de sostenerse, y cuando va “en alza”, recompone saldos negativos y si puede invierte y arriesga. ¿Hay excepciones? Hay excepciones, pero son cada vez menos.

El incremento de tarifas ha venido impactando en la estructura de cada emprendedor, al igual que el incremento de los salarios. Sin embargo, consultados los empresarios del sector, son conscientes de la necesidad de reactivación del consumo interno, hecho éste que generalmente viene de la mano de una recomposición salarial, por ende, convendría que los sueldos aumenten. Parece un contrasentido, pero la evidencia indica que el asalariado es el sector de la población que más consume; sin embargo no es menos cierto que en este sector existe una transferencia de recursos a la compra de bienes durables, a tarifas hogareñas (impuestos, luz, gas, agua) y si es posible a esparcimiento, generalmente soportado por el “dinero plástico”. Finalmente, la distribución del ingreso no se destina a mejorar la alimentación con la incorporación de más frutas y verduras.

La frutihorticultura argentina sabe de estos tiempos difíciles. Se han atravesado varias tormentas y en la mayoría el sector salió adelante, un poco maltrecho y con magullones, pero adelante. Para colmo de males, a todo este cuadro de situación se le suman las cuestiones referidas al cambio climático, que ponen en riesgo las producciones “a cielo abierto”. Entonces, como dicen en el campo: en este tiempo difícil, es hora de desensillar hasta que aclare.

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