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Opinión

Ecofeminismo: los costos ocultos

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Hoy es 8 de marzo. Un día de lucha y de reflexiones. El movimiento de mujeres está instalado, y aunque es obvio que falta mucho, la lucha está en marcha.

La instalación de la pandemia, y con ella, el temor ante una nueva normalidad que reconfigure la cotidianidad de la vida hasta hacérnosla extraña, nos ha obligado a pensar más allá de la coyuntura.  Pero además a repensar también nuestra propia lucha feminista en el mundo actual.

La llegada del Covid-19 y la amenaza latente de una posible ola de pandemias futuras, nos obliga a admitir que este sistema social, que no es otro que el capitalista con sus diferentes matices a lo largo del mundo, es el responsable de una sociedad al borde del colapso y la implosión. Una mirada menos extrema quizás, admite que esta realidad pone de manifiesto, cuando menos, los límites del modelo de producción y crecimiento económico que sostiene nuestra manera de vida actual.

En este colapso, en estos límites marcados y evidenciados por el confinamiento salieron a relucir las tareas de cuidado y de reproducción que son llevadas adelante mayoritariamente por nosotras, las mujeres. En todos los ámbitos. En la ciudad y el campo. También se remarcaron las violencias que sufrimos.  (Para más info, hoy el Indec lanzó este dosier estadístico que visibiliza las características estructurales de las brechas de género en nuestro país y muestra parte de los efectos de la pandemia de la COVID-19 sobre las mujeres)

Ante esto ¿Qué decimos desde el feminismo? ¿Qué pensamos? ¿Cómo articulamos tantos frentes de lucha? Si bien el movimiento de mujeres es amplio y diverso, me permito hoy hacer algunas reflexiones sobre la propuesta ecofeminista ya que encuentro en esta vertiente una posibilidad de respuesta conjunta.

En 1997, Icaria publicaba Ecofeminismo, un texto de Vandana Shiva y María Mies que inspiró la reflexión y conceptualizó una filosofía y una práctica activista que defiende que el modelo económico y cultural occidental “se constituyó, se ha constituido y se mantiene por medio de la colonización de las mujeres, de los pueblos extranjeros y de sus tierras, y de la naturaleza”.

¿Qué es el ecofeminismo? Ver más acá

Ateniendo esto, me parece interesante, retomar la critica que articuló Silvia Federici en El patriarcado del salario para emparejarla con los postulados de los ecofeminismos al denunciar los costos ocultos que el sistema capitalista no ha contemplado en su vínculo extractivista de la naturaleza. Digo emparejar en el sentido de asimilar o igualar la estrategia política que implica la denuncia explicada por la misma Federici sobre la campaña por el salario llevada adelante en los años setenta por el movimiento feminista en aquel entonces.

Pensar las dimensiones ecológica y feminista en conjunto es imprescindible para transformar la gestión del territorio y nuestro vinculo con la naturaleza. Para repensar los tiempos en los que vivimos y reorganizar la vida cotidiana.

“Las mujeres que se han rebelado contra el trabajo doméstico han padecido un enorme sentimiento de culpa. Nunca se han percibido a sí mismas como trabajadoras en lucha. Tampoco sus familias o comunidades las han visto como trabajadoras en lucha cada vez que han pretendido oponerse al desempeño de esas tareas; más bien se las ha visto como mujeres malas. Hasta ese punto ha llegado el proceso de naturalización. No te ven como trabajadora, sino que estás cumpliendo tu destino natural como mujer. Para nosotras la reivindicación del salario para el trabajo doméstico suponía cortar el cordón umbilical entre nosotras y el trabajo doméstico” dice Federici en una entrevista reciente a la revista Traficantes. 

La propuesta de este movimiento entonces, era más una denuncia al sistema que un reclamo concreto por el salario (que también lo es), en la medida que permite demostrar la explotación y la acumulación a costa de los cuerpos de las mujeres y su invisibilización como trabajadoras.  El salario, dice Federici, no es cierta cantidad de dinero (por lo cual la demanda no se resuelve aumentando la cantidad) sino que es en sí mismo una forma de organizar la sociedad convirtiéndose en un elemento fundamental para el desarrollo capitalista en la medida que crea jerarquías, personas sin derechos e invisibiliza entonces explotaciones como el trabajo doméstico que en realidad son parte de un encastre más que necesario en todo el mecanismo.

“Las sociedades capitalistas se han construido de espaldas a las bases materiales que sostienen la vida” dice Yayo Herrero López para explicitar este avasallamiento del sistema capitalista sobre los cuerpos y los territorios, al mismo tiempo que propone una salida ecofeminista.

En un mismo sentido, Yayo Herrera López se pregunta si es válido usar el PBI como fórmula de medición para el crecimiento o incluso el bienestar de una sociedad cuando no se contemplan en el cálculo las tareas de cuidado y reproducción, ni las tareas regenerativas de las plantas y bosques o la regulación climática, por ejemplo. Más aun, cuando sí se suman como actividad (en positivo) el resultado de las guerras, el aumento de la industria farmacéutica o el acrecentamiento de medios de transportes y vehículos en general.

“Las lentes distorsionadoras que suponen reducir valor a lo exclusivamente monetario hacen que se confunda el progreso social y el bienestar con la cantidad de actividad económica (medida en términos de dinero) que un país tiene, ignorando los costes biofísicos de la producción y los trabajos que al margen del proceso económico sostienen la vida humana.” (Marta Pascual Rodríguez y Yayo Herrero López)

Volviendo al salario para el trabajo doméstico, Federici reconoce que, si bien en su momento la campaña tuvo críticas incluso desde dentro del movimiento feminista, entiende que ahora hay un nuevo interés habida cuenta del desvanecimiento del potencial emancipador del trabajo asalariado fuera del hogar.  Este comentario es más que oportuno en momentos en donde ya contamos con los datos del impacto de estas tareas en el PBI Nacional. El gobierno argentino publicó el año pasado, un documento en donde da cuenta de la representación de las tareas domésticas y de cuidado en el PBI nacional, colocando el índice en un 16% del total, incluso por arriba de los aportes que hacen la Industria y el Comercio.

La importancia de esta visibilización radica entonces, no ya -tan solo- en la demanda de una monetización de esos costos sino en la puesta sobre la mesa la clara realidad de que así el sistema, como está previsto, no funciona. Que incluso en su propia lógica de sumar y restar, las cuentas no cierran.

Foto revista Nomade

Con Federici apreciamos que el salario en sí no fue más que la forma que el capital tuvo para jerarquizar la sociedad, ponderar a unos e invisibilizar a otros. Cuando el capitalismo creó y moldeó el salario familiar, en un proceso de subsunción real, permitió la reestructuración de la sociedad en función de sus intereses de acumulación y expropiación. En el mismo sentido cuando el capitalismo global actual fundamenta su progreso en el extractivismo de los recursos naturales, y a su paso reconfigura los vínculos de las comunidades en los territorios, vuelve a hacer este proceso de subsunción real, en la medida en que extraña el vínculo de las comunidades con la naturaleza del territorio.

A estas instancias entonces se hace insoslayable y evidente que el cambio es posible desde dentro de las comunidades, y fundamentalmente, de la mano de las mujeres. Entiendo que serán este conjunto de críticas feministas las que terminarán de moldear un movimiento ecofeminista capaz de hacer frente a este sistema colapsado.

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¿Por qué el optimismo? Porque como bien lo señalan cientos de investigaciones en Argentina y en el resto de Latinoamérica (y otras partes del mundo también) han sido las mujeres las que han cobrado un papel protagonista en los movimientos de defensa del territorio y de la vida misma, así como en la reconstrucción de muchas tareas agrícolas primarias o de subsistencia ante la ausencia del varón (por las múltiples razones por las que este puede no estar). Vale aquí la recomendación  de lectura para el trabajo de la reconocida socióloga Maristella Svampa quien viene dando cuenta de estos movimientos y lucha hace años.

Foto de Cristina Chiquin

De hecho, en los movimientos agrarios de nuestro país, y sobre todo en la agricultura familiar vemos hoy a muchas mujeres al frente de los establecimientos, así como también poniendo el cuerpo frente al avance de los extractivismos o las consecuencias del modelo del agronegocio.

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Sin embargo, ante esta alta dosis de optimismo se vuelve necesaria una pregunta fundamental en lo cotidiano: ¿Qué hacer ante el incremento de la violencia sobre nuestros cuerpos y territorios? Federici señala que efectivamente en los últimos años asistimos a una escalada en la violencia que es producto de la respuesta lógica e histórica del capital: violencia para disciplinar. ¿Seguirá siendo la violencia la partera de la historia? ¿Es parte de la contraofensiva feminista cambiar el método? ¿Es posible? ¿Existe una posibilidad de cavilar la revolución feminista sin violencia cuando nuestros cuerpos, nuestras familias y comunidades son violentadas una y otra vez?  No hay una respuesta certera, pero está claro que el camino es la lucha feminista.

 

*Este articulo es un recorte de un trabajo elaborado en el marco del trabajo de estudio de la Maestría de Estudios Sociales agrarios en FLACSO Argentina.

 

 

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