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¿Un mundo sin bananas?

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¿Puede el mundo quedarse sin bananas? Casi sucede, durante la década de 1950. La variedad Gros Michel, hasta entonces la más popular y comercializada, tuvo que dejar de producirse ante la aparición del hongo Fusarium oxysporum, más conocido como la “Enfermedad de Panamá”, donde se lo encontró por primera vez.

Quienes probaron la Gros Michel aseguran que era una variedad “cremosa” y muy dulce (algunos afirman que el actual sabor de los caramelos de banana está inspirado en esta variedad). Ganó terreno en el paladar de las clases medias europeas y norteamericanas hacia principio del siglo XX y, a partir de su creciente éxito, muchas empresas bananeras -entre ellas la criticada United Fruit Company, a quien Pablo Neruda escribió un poema- expandieron el negocio en países latinoamericanos, para convertirlos en abastecedores de la fruta.

La influencia de capitales extranjeros -principalmente norteamericanos- en el continente dio lugar a la expresión “repúblicas bananeras”, la cual da cuenta de la presión ejercida por los inversionistas para realizar plantaciones de banano de máxima tecnología en naciones muy pobres. 

Se trataba (¿se trata?) de aquellos países tropicales productores de bananas que dependían de la renta de estadounidense, con instituciones gubernamentales débiles, donde las empresas extranjeras eran parte de las decisiones nacionales (en algunos casos, incluso, se comprobó su participación en golpes de Estado de la región). 

El crecimiento de la producción fue tan explosivo que la industria bananera impulsó el monocultivo en cientos de miles de hectáreas para dar respuesta a un mercado demandante. Así, Gros Michel marcó a los consumidores y se convirtió en el sabor estándar de lo que debía ser una banana.

Esto empezaría a cambiar hacia 1950 con la aparición de la “Enfermedad de Panamá”, que en menos de una década puso en jaque el negocio de la fruta más comercializada del mundo (se estima que solo en Ecuador se perdieron 170 mil hectáreas). Aquella primera cepa del hongo Fusarium oxysporum afectaba a las raíces de los bananos y obstaculizaba el paso de agua y nutrientes a las plantas. A medida que se alteraba su sistema vascular, las hojas se volvían amarillas y empezaban a marchitarse. Finalmente, la planta moría por deshidratación.

Plantación con hojas amarillentas infectada con la "Enfermedad de Panamá".

Este hongo, de difícil control, se propagó por el suelo a través del agua y el material vegetal infectado. Su resistencia a los fungicidas convirtió a la Enfermedad de Panamá en una de las más severas plagas de la historia de la agricultura.

Las consecuencias del monocultivo bananero

La banana que conocemos es un fruto sin semillas, pero no siempre fue así. Originalmente, previo a su domesticación, eran frutos salvajes, pequeños, de escaso sabor y muchas semillas en su centro. A partir de la manipulación humana de otras dos variedades se alcanzó una tercera, de aceptable dulzor y tamaño, que luego se fue perfeccionando con el correr del tiempo. La ya nombrada Gros Michel.

El problema fue que, al desaparecer las semillas del fruto -y con ellas el material genético de propagación- se modificó también la técnica de reproducción utilizada. Las plantaciones debieron multiplicarse mediante esquejes, es decir, a partir de fragmentos del tallo de otra planta de banana. Dicho vulgarmente, todas las plantas de banana eran clones de la anterior. No variedades, sino estrictas copias de la misma planta.

Según explican los especialistas, la uniformidad genética vuelve muy vulnerable a las plantaciones de los ataques de patógenos. Cuando se trata de clones, la enfermedad solo tiene que atacar a un individuo para ser efectiva, ya que la falta de diversidad hace que el resto de las plantas cultivadas “en serie” caiga por su propio peso. A diferencia de la reproducción por esqueje, con las semillas se incorporan mezclas de dos materiales genéticos que aseguran la supervivencia de algunas plantas ante el ataque de plagas.

Así luce una variedad de banana "original"

Frente a este panorama, la industria bananera comenzó a buscar alternativas. Hacia 1960 apareció la Cavendish, variedad que resultó ser resistente a la cepa del Fusarium. Algunos la describen como menos sabrosa que la Gros Michel, pero lo cierto es que era la candidata ideal para convertirse en un cultivo exportable. Ninguna variedad había mostrado la resistencia necesaria para su manipulación (que debe soportar extensos traslados) y su calibre era incluso más grande que la original. Además, resultó ser fácil de cultivar en grandes cantidades y su ciclo corto -seis meses- la volvía una opción rentable. Con el correr del tiempo también fue aceptada por los consumidores. Tanto, que hoy representa el 99% de las bananas de exportación.

La Cavendish había sido desarrollada por el jardinero inglés Joseph Paxton en su finca de Derbyshire, en 1835. La planta dio sus primeros frutos en noviembre de ese año y en mayo del año siguiente ya contaba con más de 100 bananas, una de las cuales ganó un premio en una exposición local. Años después, Paxton entregó algunas plantas al misionero John Williams para trasladarlas a las Islas Samoa (dato de color: Williams fue asesinado por los nativos). De las plantas enviadas, solo sobrevivió un ejemplar que fue exitosamente cultivado en la isla y luego reproducido en países tropicales sobre las costas del pacífico.

La banana Cavendish, entonces, se mantuvo al margen hasta la crisis de mediados del siglo XX, donde tomó el protagonismo que hoy tiene a nivel mundial. La mala noticia es que también es una variedad híbrida que se reproduce mediante esquejes. Se repite el problema original: la falta de diversidad genética. Si bien la Cavendish mostró resistencia a las primeras tres cepas de la Enfermedad de Panamá, en 1990 se detectó una cepa raza tropical (TR4 por sus siglas en inglés) que sí la daña. 

El Fusarium TR4 se encontró por primera vez en el Sudeste asiático. Afecta actualmente a más de diez países de Oriente, Asia y África. Pero para América Latina y el Caribe el problema está más cerca que nunca: el 8 de agosto de 2019, el Instituto Colombiano de Agricultura (ICA) declaró la emergencia nacional luego de detectar la presencia del hongo en plantaciones del departamento de La Guajira, región productiva al norte de ese país.

La variedad Cavendish representa el 99% de las bananas de exportación

Pero además, en los últimos años han surgido otras plagas que afectan a esta variedad: la Sigatoka Negra, por ejemplo, ennegrece las hojas e imposibilita la fotosíntesis de la plantación, lo que reduce la mitad el rendimiento y la calidad del fruto. Combatirla es complejo: se requiere gran cantidad de funguicida en aplicaciones abundantes (hasta cincuenta al año) lo que representa un problema adicional de costos para los productores, sin mencionar el impacto en el ambiente y la salud de los trabajadores.

La Sigatoka Negra es una enfermedad que afecta rendimientos y calidad del fruto

Ambas enfermedades en combo pueden comprometer nuevamente al sector. El problema de fondo es que, luego de la desaparición de la variedad Gros Michel por las prácticas radicales de monocultivo, la industria bananera no modificó su metodología de trabajo y hoy no tiene una variedad “suplente” con los requerimientos necesarios para reemplazar a la Cavendish en caso de que ésta corriera peligro.

Los científicos apuestan a la diversificación del fruto de exportación para conservar el negocio

Entonces, ¿qué hacer? El control de la epidemia con medidas estrictas es clave, porque al igual que la cepa originaria, el TR4 se transmite de manera muy simple y por diversos medios, como materiales de siembra, agua, calzado, herramientas agrícolas y vehículos infectados.

En paralelo, la industria debe apostar a la diversificación de plantaciones para obtener variedades con potencial comercial internacional. En un artículo publicado en The Guardian, tres especialistas en botánica señalaron: “Se han registrado más de mil especies de banano en la naturaleza. Aunque la mayoría no tiene las características agronómicas deseadas, como altos rendimientos de frutas sin semillas, no ácidas y con una larga vida útil, son un recurso genético sin explotar. Los científicos podrían buscar dentro de ellos genes de resistencia y otros rasgos deseables para usar en programas de ingeniería y reproducción”.

Sin embargo, también afirman que se están dando los primeros pasos en la materia. Ahora se conocen las secuencias del genoma de la banana y los hongos que causan el marchitamiento por la Enfermedad de Panamá y la Sigatoka. “Ese conocimiento proporciona una base para identificar genes resistentes a enfermedades en bananos silvestres y cultivados”, afirmaron.

Pero volvamos a la pregunta que abrió esta nota. ¿Puede el mundo quedarse sin bananas? En el corto plazo y mediano plazo, parece difícil. Pero la posibilidad de que la nueva cepa se propague por América Latina y Centroamérica ya no es una idea descabellada. Lo sucedido con la Gros Michel sienta un precedente preocupante. Las alarmas están encendidas.

Fuentes:

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