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Agroecología

Una historia de reinvención: Berta, de ladrillera a productora agroecológica

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Fotos: Ana Laura Campetella (InterNos)

Berta (o la Berta, como le dicen cariñosamente sus amigos más cercanos) es una productora agroecológica de Colonia Caroya, ciudad ubicada a cincuenta kilómetros de Córdoba capital. Su historia, como la de muchos otros productores bolivianos, es una historia de desarraigo, pero también de lucha y reinvención.

Llegó a la Argentina en 2006, embarazada y con dos hijos. Tenía 26 años. En Bolivia la falta de trabajo apremiaba y su marido, que años atrás había estado en el país como peón rural, sugirió salir de Chusacá en búsqueda de oportunidades laborales.

- Yo no sabía dónde estaba viniendo, pero vine. Fue difícil. Nos arrepentimos a medio camino porque no nos alcanzaba la plata. Ya habíamos hecho los trámites, los documentos para los chicos. Pero no nos alcanzaba.

Entonces la idea original, que era bajar hasta la región centro del país, tuvo un volantazo inicial. Los primeros seis meses los pasaron en Salta trabajando en el embolsado de la cal. Luego, un poco más acomodados, viajaron a Córdoba y se instalaron en Montecristo en 2007, donde se dedicaron a la producción de ladrillos.

La promesa de prosperidad con la que habían emigrado de Bolivia comenzaba a desdibujarse. La vida ladrillera era hostil. Al principio fueron empleados y aprendieron todo lo necesario: el preparado del barro, su cocción, el corte del ladrillo, su almacenamiento. Pero en Montecristo sufrían la falta de agua, que era fundamental para la actividad. La solución fue mudarse a Colonia Caroya, donde además se independizaron y alquilaron un horno para la producción propia. Su objetivo era crecer en el negocio. Berta, incluso, fue a buscar a su cuñado y a sus sobrinos a Bolivia para hacer “la cortada grande”. La cosa parecía funcionar, pero luego la familia de su marido dejó el cortadero y se fue a las plantaciones de cebolla, al sur del país.

- Era muy cansador si estabas solo. Algunas noches no dormías porque el viento te destapaba la cobertura y si te agarraba el agua perdías todos los ladrillos. Pienso que si tenés comodidades, es buen trabajo. Pero nosotros hemos sufrido mucho- cuenta la productora.

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Para peor el ladrillo valía poco, era difícil venderlo y, cada tanto, la lluvia echaba a perder la producción que lograban con mucho esfuerzo. Fueron años duros pero Berta no se quedó de brazos cruzados. En paralelo armó una huerta y comenzó a criar pollos para consumo propio. La difícil situación económica la obligó a vender sus excedentes a vecinos del barrio. Se subía a una bicicleta y repartía achicoria, rúcula, lechuga o rabanitos producidos en un pequeño espacio de su casa de aquel entonces.

"El ladrillo era muy cansador si estabas solo. Algunas noches no dormías porque el viento te destapaba la cobertura y si te agarraba el agua perdías todo"

Berta no lo sabía, pero esos pequeños gestos -que eran de subsistencia, de necesidad- significarían una transformación radical en su vida. En 2014 conoció a un grupo de técnicas de la Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación que, junto a otras técnicas de la zona y la municipalidad local, trabajaban en un plan de Agricultura Urbana con la idea de promover la agroecología en los cinturones verdes de la provincia.

A veces la casualidad hace su magia. Aunque, en estas historias, uno elige creer más en el destino que en el azar. Previo a una reunión con el director de Ambiente de Caroya -donde se le presentaría el plan- fueron a conocer a un grupo de mujeres ladrilleras, entre las que se encontraba Berta, para darles una charla sobre producción agroecológica en huertas.

- En realidad, ellas la tenían súper clara. Más que nosotras. Nos mirábamos y decíamos: “¡le estamos enseñando a estas mujeres cosas que saben desde siempre!”. Y ahí es cuando nos plantean sus ganas de producir a otra escala y al mismo tiempo la necesidad de acceso a la tierra y al agua- cuenta Ariadna Arrigoni, una de las ingenieras que participaba del equipo. 

En los primeros encuentros, la agrónoma miraba con atención cómo Berta se dividía entre la huerta, los pollos y el ladrillo. La veía trabajar con mucha intensidad, pero notaba que eso no se correspondía con su situación económica.

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- Ella me ayudaba a sacar cuentas, a entender si estaba perdiendo, si estaba ganando. Yo anotaba todo lo que iba haciendo. Pero un día vio los papeles y me dijo: “Estás perdiendo totalmente acá. ¿Qué vas a hacer? Busquemos otro trabajo. Si te gusta la quinta, empezá con eso y con ponedoras”. Y ahí empezamos- cuenta la productora.

En el marco de este plan de Agricultura Urbana los técnicos e ingenieros que acompañaron el proceso solicitaron tierras fiscales al municipio para la transición productiva de estas mujeres. El primer espacio cedido fue un predio de menos de una hectárea ubicado frente al cementerio local, donde Berta volvía a trabajar la tierra como lo había hecho en Bolivia con el maíz, la papa, el trigo.

Con las primeras cosechas, Berta comenzó a vender la mercadería en la Feria del Camino Real, de Colonia Caroya. Fue pionera en llevar verdura agroecológica a un espacio abastecido principalmente por productores tradicionales. El primer día, cuenta la anécdota, la gente le compraba por curiosidad. Algunos, quizás, por compasión: desconocían quién era y de dónde venía esta mujer. La mercadería no era mucha. Un cajón de rúcula, otro de lechuga, algunos atados de espinaca. El fin de semana siguiente, sin embargo, los compradores volvían. “Porque me cayó muy bien”, decían. O “porque tiene un gran sabor”.

Contado así, parece un camino color de rosas. Pero no fue tan fácil. Al principio “el yuyo” y los insectos avanzaban sobre casi todos los cultivos. Faltaban herramientas para trabajar. Y frente a la verdura convencional -grande, sin marcas de ningún tipo- era difícil competir. Tampoco tenía un vehículo para llevar la verdura regularmente a las ferias.

- Veía que otros producían tan lindo y yo no podía, me lo comía el bicho. Había toda clase de insectos. Casi abandonamos la verdura en el 2016. Pensábamos que íbamos a tener que buscar otro trabajo. O irnos al sur, para encontrar otra cosa. Pero seguimos luchando, nos ayudó la Ariadna, que nos llevaba a las ferias. El Municipio también nos apoyó mucho a los productores bolivianos.

A fuerza de prueba y error, capacitaciones y saberes compartidos, le encontraron la mano a la producción agroecológica. El problema de los insectos se mantuvo a raya gracias a los preparados de ají y alcohol. La verdura crecía con fuerza con la aplicación foliar de la ortiga. Y los esfuerzos empezaban a tener sentido. 

- Dijimos: nos arriesguemos. No es malo arriesgarse. Mirá de dónde venimos y mirá cómo estamos ahora. Tenemos tractor, un autito, una moto. Veníamos con las manos vacías y ya tenemos algo. Podemos seguir adelante.

Hoy Berta produce junto a su familia (su marido, su cuñada, un primo y su pareja) un total de cinco hectáreas en tres campos diferentes, colindantes, ubicados en la periferia de Colonia Caroya. La tierra que ocupa es cedida en comodato. Un privado alquila la parcela al Municipio, quien a su vez la entrega a las agricultoras por períodos renovables de un año.

La diversidad de cultivos es muy amplia. Hacen rúcula, espinaca, batata, cebolla, lechuga, zanahoria, habas, papa, choclo. También repollo morado y blanco. Berenjenas, achicoria, rabanitos. Y trajeron desde Bolivia semillas de Yacón, una hortaliza símil papa típica del altiplano.

- El año pasado hicimos la prueba y nos dio bien. Este año sembramos más cantidad. Nosotros la consumíamos mucho allá. Se come cruda. Es igual que la papa, pero dulce. Y ahora hemos conseguido ajipa, que se produce en los Valles de Bolivia. Tengo que sembrarla en diciembre, vamos a ver cómo anda. Allá se produce en lugares donde hace mucho calor, por eso quería probarla acá- cuenta Berta, entusiasmada.

"Dijimos: nos arriesguemos. No es malo arriesgarse. Mirá de dónde venimos y mirá cómo estamos ahora"

Además de la feria local, vende su verdura en las ferias agroecológicas de Unquillo, Salsipuedes y el Talar de Mendiolaza. Lleva “mezcladito”, dice, lo que significa que prepara bolsones pero también vende por unidad. Eventualmente hace repartos y recibe a compradores en las quintas. Si la cosecha es abundante entrega el restante a las verdulerías, aunque prefiere no hacerlo porque el precio que recibe es menor que en la venta directa al consumidor. 

La presencia del Estado nacional y municipal fue una pata fundamental de este aprendizaje durante los primeros años. Materializado primero en la asistencia de las técnicas locales o luego en la figura de Ariadna -quien “la llevó de un lado para el otro”, en palabras de Berta- la territorialidad se hace palpable en esta historia. El trabajo implicó, además, visitar fincas de otros proyectos agroecológicos y asistir a capacitaciones en toda la provincia. También recorrer el cinturón verde extendido y conocer, entre otras experiencias, a Las Rositas y a los productores de la Cooperativa San Carlos.

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Luego Berta comenzó a abrirse camino sola: hoy es referente y palabra autorizada ante la consulta de sus colegas. Incluso integra una Asociación Civil, Murupué, que trabaja con mujeres rurales del noreste cordobés.

- No puedo quejarme. Toda la gente que conocí han sido mejores amigos. Me abrieron las puertas, me enseñaron. Están siempre en contacto- dice la productora.

- Ella es sinónimo de red. Tiene un montón de amigas que están cerca. Siempre hay alguien que está dispuesto a acompañarla. Pero también es al revés, eh. Por ejemplo, si alguna compañera del campo no tiene posibilidad de llegar a los mercados, ella les lleva la mercadería a las ferias- agrega Ariadna.

No queda nada de esa Berta que, cinco años atrás, dudaba en seguir con la producción agroecológica. Ahora nos muestra su finca -una de ellas- y señala las líneas de lechuga y repollo, intercaladas con nabo y rúcula, para evitar la concentración de insectos.

- Después de la primera cosecha de rúcula dejamos las líneas un tiempo más. No la terminamos de sacar, así se lleva todo el pulgón. Para que no dañe a otras plantas. Son cosas que fui aprendiendo con el tiempo. También a plantar flores, a tener albahaca entre los tomates para que no vengan los bichos.

No dice Cultivos de Cobertura ni habla de suelo siempre verde, esos términos tan de moda entre los agricultores de extensiva. Pero con sus propias palabras explica que a las malezas, esos yuyos que avanzan sobre el campo terminada una cosecha, no los saca sino hasta el final de la campaña, porque concentran la humedad de la tierra. Además, los aprovecha como abono para la siembra siguiente.

- Lo más importante es tener paciencia. A muchos no les gusta la agroecología porque hay que esperar a la verdura. Pero es importante para la salud. De los demás y de nosotros mismos. Estamos tranquilos con eso.

El municipio de Colonia Caroya se destaca en la provincia -y también en el país, junto a Rosario- por su rol activo en la promoción de la producción agroecológica. En 2015 se convirtió en la primera localidad en dictar una ordenanza de fomento a la actividad, para que los lotes donde se produzca con prácticas de este tipo estén exentos de ciertos impuestos. 

"Toda la gente que conocí han sido mejores amigos. Me abrieron las puertas, me enseñaron"

El trabajo no se limita a la agricultura intensiva. También se han hecho ensayos en el periurbano con cultivos de maíz y soja; el gobierno local aporta la materia prima, el privado la mano de obra. Además, están trabajando en una ordenanza de planificación estratégica para la delimitación de un Parque Agrario, que constará de unas 7 mil hectáreas de producción agroecológica. Y como si fuera poco, a nivel nacional existe un proyecto para ser declarada como Capital Nacional de Agroecología.

Pegado a la casa que alquila Berta hay una gran campo de maíz, de seis hectáreas. Seco, amarillento, a tono por ser fines de abril. Allí se cultiva con agroquímicos, pero la idea del Municipio es que para la próxima campaña se reconvierta en producción agroecológica. Por ahora, son solo tratativas. Pero buscarán que el terreno sea cedido a un grupo de productores intensivos -Berta estaría incluida- para hacer zapallo, batata, papa, maíz y alfalfa para animales.

- El intendente quiere que sea todo producción agroecológica por esta zona. Y más cerca de la ciudad, los que no siembran o pasan la rastra o cortan el pasto. Pero está prohibido tirar químicos. Para limpiar los bordes de los canales ya no se puede tirar químicos, y eso le ha hecho muy bien al agua- dice Berta.

"Lo más importante es tener paciencia. A muchos no les gusta la agroecología porque hay que esperar a la verdura"

Más allá del acompañamiento municipal y de las redes construidas entre pares, la vida en la producción de hortalizas no resulta fácil. Berta lo sabe. Pero la agroecología le da un lugar en el mundo; visibiliza su tarea y le permite ganarse el respeto de los demás. 

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Sueña con la tierra propia, aunque reconoce que es difícil. Lo que más desea es que sus hijos estudien y se formen para elegir su propio destino, algo que a ella le estuvo vedado.

- Más adelante verán, tener una tierra o trabajar de otra cosa. Me gustaría que sigan en el campo, pero con estudios. Por mis hijos voy a trabajar hasta el día que Dios diga.

Fotos: Ana Laura Campetella

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